Páginas

Bienvenidos


Gracias por leer mis relatos cortos. Magia, aventuras, fantasía... ingredientes que forman parte de estos relatos que han surgido de mi imaginación. Aventuras épicas en un mundo fantástico habitado por diferentes razas y numerosas criaturas. Todos estos relatos están relacionados, más o menos, con un libro que estoy escribiendo.

viernes, 13 de mayo de 2011

UN ESPÍRITU DE METAL

PARTE CUATRO


            -¿Quién eres tú? ¿Qué quieres, que te pones donde no te invitan? - Gritó un joven, señalando en dirección donde estaba el misterioso hombre.
            En la extensión del techo del dormitorio del ático se podía adivinar una sombra más oscura que el cielo sereno de la noche. Había aparecido de la nada, sin hacer ruido, sin nadie darse cuenta como se había encaramado allá arriba, como si fuera un espíritu surgido... no se sabe bien de dónde.
             Este, sin decir nada, dio un salto muy poderoso y cayó con potencia, clavando en el suelo una rodilla y el puño que tenía libre para equilibrar la caída. Se levantó una nube de polvo por el choque, como si hubiera caído una gran roca proveniente de los más altos los cielos. Se puso de pie, lentamente, pero con firmeza, quedando entre el gentío y la familia. Todo el mundo se quedó muy sorprendido, durante unos instantes nadie osaba decir una palabra hasta que empezaron a parlotear entre ellos.
             Uno de los hombres que formaban parte de la multitud continuó caminando hacia la casa, con una antorcha en una mano y una pala en la otra, sin hacer caso de la presencia de aquel enigmático hombre surgido de entre la oscuridad. El tiempo de abrir y cerrar los ojos el misterioso hombre desenvainó una de las espadas cortas que llevaba cruzadas en la espalda. Era delgada, de dos palmos de largo, dos dedos de ancho y la hoja muy afilada. La puso a la altura del cuello de aquel hombre que se atrevía a desafiarlo, con la afinada hoja frotando ligeramente la piel de tan vital parte del cuerpo de aquel osado, que le obligó a frenar en seco su avance.
             De entre la multitud surgieron gritos, algún chillido... El sonido del metal de la espada rozando la vaina, el latido del corazón acelerado de aquel hombre que notaba la hoja fría y afilada de la espada en su garganta y, de repente, el silencio...
             -Marchad, dejad tranquilos a esta familia.- Dijo con voz profunda, autoritaria, provocando al grupo de gente sin apartar la mirada para protegerse de movimientos sospechosos.
            Esperando la reacción de la multitud, no movió ni un músculo de su cuerpo, ni cuando el hombre de la casa atacada suplicó que no les hiciera daño.
             -¡Por su culpa ha caído una maldición terrible al pueblo, tienen que irse! - Gritaba un joven mientras señalaba con un palo en la familia.

miércoles, 27 de abril de 2011

UN ESPÍRITU DE METAL

PARTE TRES


                La multitud llegó a la última casa de las afueras del pueblo y tomaron el pequeño camino que llevaba hacia la valla que definía la propiedad, cruzaron la puerta y se dirigieron, decididos y enojados, hacia el portal de la humilde casa.
                 Antes de que llegaran a la puerta, ésta se abrió y salió un hombre de mediana altura y edad, con unas fuertes facciones en el rostro y aparentemente tranquilo, pero con el miedo de saber que corría peligro circulando por dentro de su cuerpo. El grupo se detuvo de golpe y empezaron a parlotear entre ellos.
                 -¿Que habéis venido a hacer aquí, en mi casa? - Preguntó aquel hombre con actitud serena, pero con la voz temblorosa que delataba su conocimiento de la existencia de peligro.
                 -¡No os queremos aquí! ¡Desde que llegasteis al pueblo nos ha caído encima la desgracia! - Gritó uno de los hombres que estaba al frente del grupo. El resto de gente se puso a vociferar a su favor.
                 -En los campos aparecen las serobynaks donde menos te lo esperas, devorando todo lo que encuentran a su alcance: animales, hombres, niños...- exclamó una mujer menuda y de constitución grasa. -Ahora también salen en los jardines de las casas. Es el fin, los dioses nos castigan por vuestra culpa.
                 La situación empeoraba por momentos. La tensión impregnaba el aire que se respiraba y la multitud se mostraba cada vez más exaltada. El hombre que había salido de la casa ya no sabía dónde mirar, unos temblores comenzaron a recorrer su cuerpo y una corriente de aire frío pasó por su nuca, consciente de que la gente se estaba descontrolando.
                 -¡Fuera! ¡Marchad, o quemaremos la casa! - Gritaron todos a la vez, levantando las antorchas en alto.
                 El silencio se hizo presente cuando de la casa salieron una mujer con dos niños pequeños, cogidos fuertemente de la mano, con la mirada asustada y esperando la protección de quien los debe proteger.
                 -No nos hagáis daño, nosotros no tenemos la culpa de nada de lo que pasa.- Dijo el hombre de la casa, mirando a su familia y haciendo gestos para intentar convencer a la gente.
                 -No os haremos daño si abandonáis ahora mismo estas tierras y os llevéis la maldición con vosotros.- gritaron varios.
                 -Pero nosotros no sabemos nada de ninguna maldición, sólo somos comerciantes de especias.- Respondió el hombre abrazado a su familia.- Escuchad, cogedme a mí y haced lo que queráis, pero a mi mujer y a mis hijos no, por los dioses os lo ruego.
                 Dos hombres con antorchas y palos comenzaron a caminar hacia la casa, con la vista puesta en el hombre que cogía fuertemente a su familia, en un acto reflejo de protección. Al ver como se acercaban cada vez más aquellos dos hombres, cerraron los ojos para no ver el fin que les esperaba.
                Se sintió un ligero y breve silbido y, a continuación, dos flechas se clavaron en el suelo, justo delante de los pies de los dos hombres que avanzaban decididos a quemarlo todo, lo que les hizo detenerse de golpe. Todos alzaron la vista y la fijaron en el tejado de la casa, que es de donde habían salido los proyectiles y vieron la figura de un hombre con un astellab en la mano.

miércoles, 20 de abril de 2011

UN ESPÍRITU DE METAL

PARTE DOS


                Unas pocas yaktas más allá, había un vagabundo que saciaba su sed de agua fresca en una fuente a pie del camino. Llevaba una capa muy desgastada y sucia, haciendo imposible adivinar de qué color era originalmente, una capucha de conjunto para ocultar su rostro y un fardo bastante alargado y voluminoso. Utilizando las manos, bebía sin prisas aquella agua clara. De pronto se puso cerca de él, en una rama de un pequeño arbusto que había nacido justo al lado de la fuente, un pajarito. El vagabundo separó la cabeza de las manos llenas de agua y se volvió pausadamente para poder observar el pajarito.
                 -¿Hola "gorrión", que te has perdido? - Preguntó al ave con voz baja y una ligera sonrisa en el rostro.
                 A sus orejas llegó el murmullo de la multitud que se acercaba dónde estaba. Puso serio su rostro y se volvió para colocarse delante de la gente y pedir limosna con mucha humildad.
                 -Por la misericordia de los dioses, dadme algo para calmar mi estómago... -Pedía a la gente que, de manera violenta, le apartaban de su camino para poder continuar.
                -Por favor, vos que sois un hombre de bien, seguro que tenéis algo para este humilde mendigo.-Dijo a un hombre con una barba muy poblada y una barriga sobrada mientras se ponía delante para no dejar pasar. Este, molesto por su presencia, se puso la mano en el bolsillo, sacó una bolsita de piel y cogió una moneda.
                -¡Ten este àkok de oro y sal del medio! - Le dijo mientras la tiraba al suelo con desprecio. -¡Y no te quiero volver a ver más!
                El vagabundo se agachó poco a poco para coger el àkok, se puso de pie y se miró la multitud que seguía su camino a las periferias del pueblo, haciendo pasar la moneda entre los dedos de una mano. Después miró detenidamente la figura grabada de un onyrouky a una de las caras del àkok: "una moneda muy noble para un campesino..." pensó.
                 -Creo que nos veremos más pronto de lo que crees, pardillo.- Susurró mientras se guardaba la moneda. Se envolvió con la capa y continuó su camino en dirección a la plaza del pueblo.

viernes, 15 de abril de 2011

UN ESPÍRITU DE METAL

                PARTE UNO

                 El pueblo de Llabtolyb está situado al norte del Reino de Nevah, donde se encuentra la bahía de Teukam, en el mar de Jekes y cruzado por el camino alto, ruta importante que sigue gran parte de la costa norte. Es una aldea tranquila y acogedora, con unos doscientos habitantes, más o menos, que viven de la pesca y del pequeño comercio, sobre todo de especias, tanto para la cocina como para la transformación de otros productos (según el tipo). Estas las cultivan en las tierras del interior, cercanas al lago de Enypla, que les proporciona el agua abundante que necesitan para su cultivo y la humedad del aire.
                 Normalmente, entrada la noche, todos los habitantes del pueblo reposan dentro de sus hogares para continuar sus tareas con la nueva salida del sol. Sólo unos pocos, en la taberna, todavía se pierden entre palabras mal construidas e incomprensibles y haciendo esfuerzos para aguantar el equilibrio por la mala digestión, del exceso de sevrek, en sus estómagos. Y digo normalmente por que un grupo de diez personas, de diferentes complexiones y edades, entre hombres mayoritariamente y mujeres, están reunidos en la plaza del mercado.
                 -¡Los tenemos que echar! - Dice uno de los hombres visiblemente irritado, gesticulando de manera impulsiva. Todos los demás, ante aquella afirmación expuesta tan enérgicamente, le dan su apoyo de manera incondicional.
                 -¿Tendríamos que esperar a que “él” llegara, no? - Preguntó una mujer de mediana edad, no muy alta y con un cierto exceso de grasas en algunas partes de su cuerpo.
                 -No hay que esperarlo- Afirma otro hombre alto y delgado. -Ya vendrá cuando pueda y si llega que el trabajo ya está hecho, todo eso que se ahorrará.
                La multitud estaba de acuerdo de no esperar. “Nos han traído la desgracia al pueblo” repetían continuamente y cada vez con el tono de voz más enojado. Así que empezaron a andar, cogiendo el camino que lleva a las afueras del pueblo, donde hay unas pocas casas aisladas. Sus pasos eran ligeros y el descontento era general entre todo aquel gentío. Muchos llevaban antorchas encendidas, palos y otros utillajes del campo y de sus rostros se desprendía una ira muy grande, que provocaba ese movimiento en contra de algo…, o de alguien…